Cerebro heredado

Es muy hábil.

La mente, para mantenernos a salvo, tiene estrategias muy sutiles que pueden no ser lo que necesitemos en ese momento.

Aunque haya sufrimiento interno, lo que interpreta la mente de esa experiencia es algo así: “Sufres, sí, pero estás vivo”

Y algo así ocurre con la siguiente situación.

Si vas a mil por hora todos los días para intentar llegar a todo, quizás sea porque viste que en el pasado te funcionó ese hábito.

Tu mente creyó que ir a ese ritmo evitaba el miedo primario que hemos heredado de la prehistoria: que la tribu (familia, sociedad, amigos) te excluyera y, por tanto, quedarte solo, lo cual en la época de los mamuts y las pinturas de las cavernas era una sentencia de muerte.

La mente lee que actuar de esa manera frenética te mantiene con vida. Cree que es el rol adecuado para ti en la jungla de asfalto en la que vivimos hoy, porque vio que así no te excluían, incluso te felicitaron en cierto momento por cierto resultado que te costó lo suyo.  

Por eso tu mente, cuando no cumples con ese ritmo, te manda escenas que buscan hacerte sentir culpable, te mete presión… con toda su buena intención de mantenerte a salvo.

El cerebro es heredado, pero eso no quiere decir que estemos condenados a que la mente no comprenda que se puede vivir a otro ritmo sin ningún riesgo.

El reto está en enseñarle a la mente que puedes bajar revoluciones y cumplir con tus quehaceres igual de bien o mejor que cuando vas con todo el estrés.

¿Cómo?

Incluyendo rituales de regulación a lo largo del día.

En vez de estar con un estrés creciente desde que empiezas por la mañana hasta que terminas el día, llegando agotado al final, te puedes dividir el día en momentos en los que paras y te regulas.

Por ejemplo:

Empiezas a trabajar a las 8 am, pues a las 10 paras por completo 3 minutos y haces unas cuantas respiraciones profundas. 

Bajas revoluciones y sigues.

O tienes una reunión de una hora, y antes y después te pones unos minutos a llevar la atención a una zona de tu cuerpo que esté sin tensión, como los pies. Te sientas y pones la atención en el contacto de los pies con el suelo, ignorando el ruido mental.

O simplemente prueba unos días a beber menos cafés si eres de los que se toma 5 cafés en una mañana.

Haces lo que a ti te funcione.

De esta forma, el nivel de estrés al que vas a llegar a lo largo del día va a ser mucho menor y, desde luego, es más probable que cuando termine el día no estés tan agotado y tengas energía para dedicársela a lo que tu quieras.

Te invito a que reflexiones sobre ello. Y si quieres más claves sobre cómo dejar de llegar quemado al final del día, quizás te apetezca echarle un ojo a mi newsletter. Aquí debajo puedes suscribirte gratis.

Buen finde,

Manuel Umbert.