Niño bueno

Antes era bastante familiar.

Solía dedicar los fines de semana a pasar tiempo con mi familia, o por lo menos, no me perdía ni una sola comida familiar.

Durante las comidas solía salir un tema muy común: la política.

Cada cual tenía su opinión, pero no todos la expresaban igual.

Había quien la comentaba con naturalidad y humor, pero otros lo hacían de forma más hostil, más contundente.

Precisamente aquellos con los que yo no estaba de acuerdo.

Sentía tensión.

Una tensión bastante intensa.

Yo quería decir mi opinión con total confianza, pero al sentir esa tensión tenía miedo de que no me expresara bien, que me temblara la voz al decirla y en lugar de poner mi opinión sobre la mesa, todos me miraran como incapaz de expresarse.

Que dijeran: “Pobrecito”.

Entonces me quedaba callado.

Frustrado por dentro por haberme guardado mi opinión otra vez. Cabreado conmigo mismo por no haber plantado cara, por haberme sentido intimidado por los demás. 

Y eso se iba acumulando.

Lo que provocó que además de temer quedarme bloqueado al expresarme, tuviera miedo de que al hacerlo, toda esa tensión acumulada saliera en forma de ira, me descontrolara y montara una escena.

Diciendo algo de lo que me arrepintiera.

Pero si te fijas, lo que me estaba limitando era cómo interpretaba la tensión y las imágenes que aparecían al momento, como si me hablaran de lo que estaba a punto de pasar.

Cuando fui siendo consciente de esto, mi relación con esa sensación y con esos pensamientos cambió.

Al principio, sí, aún aparecían.

Pero dejaron de limitarme.

Y ahora, suelto mi opinión con total naturalidad.

Cuando eres consciente de que puedes cambiar tu relación con tus pensamientos y sensaciones, empiezas a darte permiso y vives con más libertad.

Pasa buen finde,

Manuel Umbert.